Ya no sé la de veces que habré dicho en este blog que el transporte público en Madrid es como una selva, donde parece que hay una lucha constante por sobrevivir. Las viejunas son capaces de matar por un asiento, algunos sobreviven metiendo la mano en bolsillos y bolsos ajenos, y otros tantos, como el caso es luchar contra algo, luchan contra sí mismos, y más concretamente contra el sueño.
Así pues, como creo que no he sacado aún el tema, hoy toca hablar de esas personas que se quedan dormidas en el transporte público. Antes de nada habría que diferenciar dos tipos de dormilones: aquellos que se quedan dormidos nada más sentarse, no tienen ningún reparo en ello y algunos roncan a máxima potencia, de hecho si no encuentran asiento son capaces de dormirse de pie; y por otro lado están aquellos que luchan contra el sueño, batalla que generalmente suelen perder.
A mi particularmente me gustan más los segundos porque dan mucho más juego. He de reconocer que alguna vez las he pasado putas para mantener los ojos abiertos cuando vuelvo del curro, de hecho se me han llegado a cerrar por más que he intentado evitarlo. Sin embargo cuando ves cómo algunas personas se quedan tronchadas, apoyan su cabeza contra el tío de al lado, se sobresaltan, vuelven a caer fritos, se les cae el periódico de las manos, o como lo que he presenciado esta semana, un chico despertándose de golpe y pegando un salto del asiento (hasta se puso de pie y todo); el viaje se te hace muy llevadero, además de muy divertido.